miércoles, 26 de noviembre de 2014

Día de Acción de Gracias

Cuando era niña, tuve la fortuna de pasar tardes y tardes en una casa donde no había muchos juguetes, pero sí muchas cosas con las que poder jugar (lo cual es mejor, sin duda) y, entre éstas, había un abanico pequeño con un hada dibujada que se le aparecía a dos niños en un bosque. Durante mucho tiempo estudié esa imagen y pregunté a los adultos que me rodeaban sobre ella; me fascinaba. Un día, un señor ya mayor me confirmó que sí, que, en efecto, las hadas ayudan a encontrar el camino de vuelta a los niños que se pierden en el monte. De hecho, a él, muchos años atrás, le había pasado unas cuantas veces; aunque sólo cuando se había extraviado yendo a por leña, nunca cuando se había despistado jugando. También me contó que las hadas que él había visto, al contrario de la del dibujo, no llevaban varita mágica (ésa era justo la clase de detalles que me interesaban).

"Angel" ilustración de Anna Silivonchik
  imagen extraída de
 http://bibliocolors.blogspot.com.es/2013/12/angels-illustracions-danna-silivonchik.html
Más o menos cuando tenía 6 ó 7 años, me perdí. Tenía que ir a comer a una casa no muy lejos de la de mis abuelos y el camino, salvo por una bifurcación, era todo recto. Lo había hecho montones de veces, pero ese día algo pasó y me desorienté. Era un domingo al mediodía, no había un alma por la calle y empecé a asustarme; por suerte, cruzó por ahí una señora vieja, muy bajita, que hablaba en castellano (en mi pueblo de Mallorca eso no era muy frecuente, sobre todo en personas ancianas). Le conté lo que me ocurría y ella me acompañó hasta que encontramos la casa. Yo todavía ahora creo que esa mujer era un hada, entre otras cosas porque, cuando subí a la casa y expliqué lo sucedido y salimos a la puerta para darle las gracias, ella ya no estaba (eso de esfumarse es muy de hada, ¿no?). Además, durante la comida di datos sobre la señora, pero ninguno de los presentes pudo identificarla en el censo de viejas-bajitas-que-hablan-en-castellano del pueblo y yo nunca más la volví a ver.

He contado esto porque hoy, otra vez, es mi cumpleaños y quiero aprovechar la celebración para agradecer éste y otros regalos “de las hadas” que he recibido a lo largo de mi vida.
Por ejemplo, sin ir más lejos, quiero dar las gracias a las personas que siguen este blog, o que lo leen ocasionalmente, y me transmiten sus comentarios en público o en privado. Es un detalle que dediquen algo de su tiempo a conversar con una desconocida (o con una faceta más o menos desconocida de mí). Muchas gracias a Laura por el cuento que me hizo llegar, “Pedra”, y del cual algún día subiré aunque sea un fragmento para que todos podáis leerlo (si a ella le parece bien); gracias a Mayti por invitarme a colaborar en Yo aprendí a leer... -un blog, por cierto, original y con contribuciones estupendas (¡a ver yo ahora qué explico!)-. Gracias a Ciudadano Ken, a Lady Incógnita, a los lectores que han publicado sus comentarios anónimamente y a los que me dais feedback en vivo y en directo.

La verdad es que pienso que seguiría escribiendo aunque no me leyera nadie, porque escribir para mí es como estar en casa. Pero, a veces, claro, es inevitable sentir desánimo, pereza o cansancio. Así que cuando descubro que, contra todo pronóstico, alguno de vosotros me ha leído es como si me acompañarais de regreso al hogar desde el corazón de un bosque a oscuras. Infatti, es exactamente como me lo contaron de niña: cuando te pierdes haciendo lo que debes, lo que te corresponde, es posible que las hadas aparezcan para echarte un cable. ¡Muchas gracias a todos vosotros por ser mis hadas protectoras en esta aventura! ¡No os esfuméis, ¿eh?!.


PD: En cada taller de mi formación en Cuentoterapia, nos recomiendan decenas de libros de todo tipo. Por desgracia, aún no he logrado ganar el sueldo Nescafé, así que tengo que elegir cuidadosamente mis adquisiciones. El álbum que me gustaría recomendaros hoy es el  primero que compré (no lo dudé ni un segundo). Se titula Muchas gracias (Ed. Kalandraka, 2013), está escrito por Isabel Minhós Martins e ilustrado por Bernardo Carvalho. Es un pequeño cuento sencillo y precioso y después de leerlo -o de que os lo lean- probablemente sentiréis que todos los encuentros (y hasta los encontronazos) valen la pena en esta vida.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Terapias alternativas

 El mito te ayuda a poner tu mente en contacto con la experiencia de estar vivo. Te dice qué es estar vivo.Joseph Campbell 
Viñeta de Liniers

Hace unos días estuve enferma. No enfermísima, pero sí muy cansada, con dolores musculares y algo de fiebre. Para recuperarme, además de dormir mucho y tomar infusiones, estuve viendo El Hobbit, la película de Peter Jackson. Yo no soy una gran fan de Tolkien. No es que no me guste, pero no conozco su obra a la manera exhaustiva de los auténticos fans. No tengo ni nociones de la lengua élfica y si me enseñaran un mapa de la Tierra Media me orientaría malamente. Además, con El Señor de los Anillos (el libro) me pasó algo de lo que me avergüenzo un poco: unas Navidades lo empecé y llegué sin aliento más allá de la página 600, pero ahí me encallé y ya no hubo manera. Era un pasaje -todavía me acuerdo- interminable, en el que Frodo y Sam erraban con Smeagol por una ciénaga asquerosa y aquello parecía no tener fin. Así que lo dejé y estuve sin saber cómo se resolvía todo hasta que se estrenó la trilogía en los cines. O sea que no, no soy una incondicional del legendarium de Tolkien. Pero entiendo a la gente que sí lo es, porque yo también me lo paso bien viendo las películas de la saga de vez en cuando. Es una buena historia.

Creo que una de las razones por las que el relato de Tolkien se ha convertido en un clásico moderno es precisamente por la excelencia con la que el escritor inglés manejaba el ABC de los relatos épicos. El famoso “camino del héroe”, como lo denominó Joseph Campbell, no tenía secretos para JRRT y, si despojáramos su obra de esos elementos de contexto que la hacen tan atractiva para la mayoría (el paisaje singular, las distintas tribus con su genealogía perfectamente documentada, la magia...), seguiríamos teniendo un cuento (un cuento bastante largo) que funciona. 

Yo digo que ver El Hobbit formó parte de la medicina que curó mi pequeña gripe porque hay aspectos psicológicos que entran en juego cuando no te encuentras bien físicamente. Es un cambio respecto al estado habitual, es una aventura indeseada, y, como le pasa al protagonista de la historia, al principio te resistes a aceptarlo. Luego, cuando lo asumes y comprendes que te las ves con un enemigo feo como un orco, aparecen aliados y encuentras tesoros, el proceso avanza (más lento de lo que te gustaría, pero también con gratificaciones inesperadas -esos sueños tan vívidos de los estados febriles, esa experiencia de la vida en presente continuo-) y, si, como es el caso, se trata de un virus poco virulento (valga la redundancia), una mañana te despiertas sintiéndote bien, como renacida, dispuesta a poner orden en la casa y a hacer lo que haya que hacer con muchas más ganas.

Los protagonistas de los cuentos siempre libran batallas que no han elegido, gracias a las cuales crecen, maduran y cambian su mundo. De eso trata El Hobbit y de esto trata en muchas ocasiones la vida. Somos viajeros y el héroe que hay en nosotros necesita desafíos. Recordarlo le vino bien a mi parte Bilbo Bolsón, miedosa y comodona.

Viñeta de Liniers extraída de Bitácora de Vida
PD: No sugiero que El Silmarillion o Las aventuras de Tom Bombadil puedan curar; ni siquiera digo que un buen libro "es la mejor medicina". Sólo pienso que conocer la estructura del mito y "aplicarnos el cuento" nos puede ayudar a la hora de enfrentar un reto (por si hace falta aclararlo).  


viernes, 14 de noviembre de 2014

Un árbol rojo al día

Shaun Tan, El árbol rojo  (Barbara Fiore Editora,  2006)
Quería probarlo desde hace tiempo y, hace unas semanas, por fin, me decidí a apuntarme a unos talleres de arteterapia impartidos por Raquel Lopez en el Centro de Arterapia y Educación creA. ¡Debería haberlo hecho antes! Bailando, pintando e interactuando con los demás, a partir de las pautas que Raquel nos proporciona, no sólo me olvido de todo lo que no es importante (pero consume gran parte de mi energía a diario), sino que aprendo mucho por el simple hecho de estar presente y escuchar mi propia voz, o mis propias voces, las reales, las que saben cuál es el mejor camino, dónde reside el problema, dónde hay un tesoro, qué cara tiene el monstruo y cómo derrotarlo.
Explico esto porque, en el primero de los talleres, tuvimos que pintar un árbol. Y el mío fue un árbol rojo, rojísimo, una especie de arce canadiense en todo su esplendor otoñal. Y, lo que son las cosas, unos días más tarde, sin realizar ninguna búsqueda deliberada por mi parte, descubrí un cuento del prestigioso autor australiano Shaun Tan sobre un árbol tan rojo como el mío; brotado, como el mío, en un espacio cerrado, en un mundo interior, donde los árboles rojos (o de cualquier color) son raros. La verdad es que me puse contenta: ¡al final, resultará que mi árbol forma parte de un bosque!.
El árbol rojo (Barbara Fiore Editora, 2006) es un cuento oscuro, apenas narrativo, con un final luminoso, lo que lo hace muy recomendable para los malos ratos y los tiempos duros, cuando no estamos para muchas historias. Os dejo dos versiones en video para que os hagáis una idea; aunque, puesto que las ilustraciones de Shaun Tan son tan cuidadas y llenas de matices, pienso que ninguna de las dos hace justicia al original en papel (mejor, en cualquier caso, la versión en inglés).




PD: Se me acaba de ocurrir un ejercicio que podemos practicar cotidianamente, una especie de ¿dónde está Wally? para combatir el pesimismo, y es preguntarnos cada día, al acostarnos, dónde vimos hoy el árbol rojo, dónde ha estado hoy eso que nos enciende y nos anima a seguir adelante. Si alguno lo pone en práctica, me encantará saberlo y que nos comentéis el resultado.

PD 2: Por cierto, el sábado 29 de noviembre, entre las nueve de la mañana y las tres de la tarde, se celebrará en Sa Possessió, en Palma, la Iª Jornada de Arteterapia Gestáltica organizada por l'Escola d'Arteràpia del Mediterràni y el Centro de Arterapia y Educación creA. La jornada incluirá una serie de talleres vivenciales inspirados en artistas contemporáneos y, si estáis por aquí y sentís curiosidad, creo que será una buena oportunidad para probar la experiencia.


domingo, 9 de noviembre de 2014

Tu recuerdo es de luz

Ilustración de Alexandra Prillaman




Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo
y las hojas caían en el agua de tu alma.

Apegada a mis brazos como una enredadera,
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.

Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.

Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.



PD: Vale, el sentido del poema no se corresponde con la imagen. Uno habla de finales y la otra sugiere un principio o una plenitud. Pero a mí me parece que el otoño todo lo abarca. O, como se dice en el Tao Te Ching, "Cuando las personas llegan a saber lo que es bello, aparece también la noción de lo feo. Cuando llegan a saber lo que es bueno, aparece también la noción de lo malo./De esta manera existencia e inexistencia, lo difícil y lo fácil, lo largo y lo corto, lo alto y lo bajo, permiten conocer mutuamente lo uno y lo otro./Los diferentes sonidos, uniéndose, crean la armonía./De la misma manera, lo anterior y lo siguiente van uno tras otro armoniosamente."

domingo, 2 de noviembre de 2014

Baile otoñal

"Leaf dancers" ilustración de  Koyamori

Mover el cuerpo libera emociones. Liberar el cuerpo conduce inevitablemente a liberar el corazón. Las emociones necesitan circular como la sangre circula en el cuerpo. Cuando nuestras arterias emocionales están bloqueadas, entonces nuestro corazón también lo está, nuestra vida entera carece de ímpetu, vitalidad. Intentar amar sin que nuestras emociones fluyan es como intentar correr un maratón con los pulmones colapsados.


Gabrielle RothMapas para el éxtasis, Ed.Urano, 1989