sábado, 28 de febrero de 2015

El huésped

Hoy, nada más levantarme, he recibido una visita que me ha recordado este pequeño relato que leí hace un tiempo y que copio aquí abajo. La historia fue recogida por Sandra Araguás -autora, cuentacuentos e investigadora de la tradición oral-, en una aldea de Huesca, en el año 2000 (qué trabajo estupendo ése de ir por ahí recopilando cuentos tradicionales, ¡quién lo pillara!). La ilustración es una pintura de Anna Silivonchik, que es una artista con un universo creativo igualmente muy afín al folklore de su país, Rusia. 
Espero que, si vosotros también habéis recibido hoy visita de tan ilustre viajero, os peinéis, os pongáis un delantal limpio y saquéis el porrón y unas pastas para agasajarlo.

Ilustración de Anna Silivonchik extraída de http://www.picture-russia.ru/en/picture/24161


Había un hombre que se dedicaba a... con una maquina d'aquellas de cascar cáñamo. Y vivía en una casa que hasta últimos de febrero no llegaba el sol a la puerta de casa.
Y un día, cuando llegó a esas fechas, pues cuando estaba el sol que llegó a la puerta de casa, llamó a su mujer:
- María, baja el porrón, qu'ha llegau un güespede.
Y la señora se puso toda arreglada, bien peinada y con delantal limpio y todo, bajó el porrón y unas pastas, y llegó abajo:
- ¿Dónde está el güespede?
- Aquí lo tienes.
Y era el sol.

Extraído de http://sandraaraguas.blogspot.com.es/2014_02_01_archive.HTML

PD: Si queréis saber más de ésta y otras historias similares, podéis encontrarlas en La sombra del olvido, una serie de libros editados por el Instituto de estudios altoaragoneses dentro del proyecto de Archivo de Tradición Oral de la Provincia de Huesca (que, por cierto, alberga grabaciones que son verdaderas joyas, para disfutarlas al sol y con los ojos cerrados).

domingo, 22 de febrero de 2015

Soy un animal

Hay que plantearse muy seriamente a qué dedicamos nuestro tiempo. Nadie en su lecho de muerte piensa: “Ojalá que hubiera pasado más tiempo en la oficina o viendo la tele”, y, sin embargo, son las cosas que más tiempo consumen en la vida de la gente.Carl HONORÉ, autor de Elogio de la lentitud (Ed. RBA, 2005)

Imagen procedente de Yvonne's Workshop
"Un hombre tenía un burro que, durante largos años, había estado llevando sin descanso los sacos al molino, pero cuyas fuerzas se iban agotando, de tal manera que cada día se iba haciendo menos apto para el trabajo. Entonces el amo pensó en deshacerse de él, pero el burro se dio cuenta de que los vientos que soplaban por allí no le eran nada favorables, por lo que se escapó, dirigiéndose hacia la ciudad de Bremen. Allí, pensaba, podría ganarse la vida como músico callejero. Después de recorrer un trecho, se encontró con un perro de caza que estaba tumbado en medio del camino, y que jadeaba como si estuviese cansado de correr. 
-¿Por qué jadeas de esa manera, cazadorcillo? -preguntó el burro.  
-¡Ay de mí! -dijo el perro-, porque soy viejo y cada día estoy más débil y, como tampoco sirvo ya para ir de caza, mi amo ha querido matarme a palos; por eso decidí darme el bote. Pero ¿cómo voy a ganarme ahora el pan?
-¿Sabes una cosa? -le dijo el burro-, yo voy a Bremen porque quiero hacerme músico. Vente conmigo y haz lo mismo que yo; formaremos un buen dúo: yo tocaré el laúd y tú puedes tocar los timbales (...)" 

De esta manera da comienzo Los músicos de Bremen, uno de los cuentos recogidos por los hermanos Grimm de los que más me acuerdo últimamente. Algo que me llama la atención es que, en cierto modo, se trata de una historia atípica. Sus protagonistas no son jóvenes ingenuos que se lanzan a la aventura en la plenitud de su vigor físico e inconscientes del peligro. Los músicos son justo lo contrario de eso: unos viejos que se las saben todas. Además, la peripecia de los protagonistas deja en mal lugar al género humano, lo que evidencia una compasión por las criaturas que conviven con nosotros no muy común en la narrativa tradicional.
Como recordaréis, los músicos son un burro, un perro, un gato y un gallo ya inútiles para el trabajo que, ante su propia decrepitud y el desafecto de sus amos (el cual llega a límites tan crueles como en la vida misma), deciden aliarse y escapar juntos porque “en cualquier parte se puede encontrar algo mejor que la muerte”. Me gusta esta visión vitalista de la vejez como una etapa en la que aún se puede sacar partido de los propios talentos (en este caso, para convertirse en músicos callejeros). Y también me gusta que, al final, los personajes encuentren un hogar propio en el que ser independientes y felices.
Claro que, por el camino, como suele ocurrir en los cuentos, los animales tendrán que atravesar el bosque y enfrentarse a un enemigo. El enemigo aquí son unos ladrones, lo que también me da que pensar, porque ¿cuántos ladrones no hay en nuestra vida que nos roban nuestros tesoros más preciados?. El tiempo, por ejemplo; o la libertad para corretear por ahí, acurrucarnos junto al fuego y cantar por las mañanas. Pienso en eso y lo asocio a un concepto del que he oído hablar recientemente, el “síndrome de la felicidad aplazada”:
"El síndrome de la felicidad postergada (o deferred happiness syndrome en inglés) se caracteriza por la angustia de no tener tiempo para hacer todo lo que debemos hacer, lo que nos lleva a posponer los momentos de recreación, diversión y descanso para después."
Pintura de Leandro Lamas
¿Os resulta familiar? Si es así, os invito a releer el cuento y a aplicar sus enseñanzas en vuestro día a día. ¿Cómo?. Pues, para empezar, tomando la decisión de no darse por vencidos: pese a lo que pueda parecer, hay vida más allá del trabajo que desempeñamos para ganarnos el sustento. Y si no podemos convencernos de ello solos, conviene abrirse a la posibilidad de perseguir nuestros sueños en compañía de otros, aunque sean aliados insospechados que nunca imaginamos que nos acompañarían. Para echar a los ladrones (el sentimiento de culpa y las voces insidiosas del perfeccionismo y la autoexigencia, entre otros) ciertamente hay que ser muy burro. Y muy perro. Tan astuto y sensual como un felino; tan diligente y orgulloso como un gallo. En la vida real, los animales dedican tiempo a proveerse de alimento y a descansar; remolonean y tienen vida social; viven de acuerdo con unos ciclos naturales y no parecen excesivamente neuróticos cuando se atienen a ellos. ¡No renunciemos a ser animales, por favor!. Tomémonos nuestro tiempo y disfrutemos de este (breve) paseo.

viernes, 13 de febrero de 2015

Omar mora Roma

 "Pan y cebolla", ilustración de Raquel Díaz Reguera, (incluida en  A, ante, bajo, con...el AMOR Ed. Lumen, 2014)


"Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpaso en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias."    

PD: ¿Os desconcierta un amor tan confuso, farfullado e incomprensible? No os preocupéis, aquí encontraréis algunas pistas sobre el posible significado del texto (ya, ya, en la vida real eso cuesta una pasta. De algo tienen que vivir los terapeutas).  Y aquí una buena selección de cuentos infantiles (y no tanto) sobre el amor y otros demonios. ¡Que no se diga que no nos estamos documentando a fondo!.

sábado, 7 de febrero de 2015

Nieve

Ilustración de Bárbara Baldi

"En aquella cama, una tarde de diciembre, Serena dio a luz a una niña. Poco después empezó a nevar y ella cerró los ojos. Sabía que tenía que pedir algo para su hija, porque no se había presentado ningún hada de las que se presentan, en los cuentos, a formular sus deseos junto a la cuna del recién nacido.
- Que entienda sus sueños mejor de lo que yo entiendo los míos - les pidió con los ojos cerrados a los copos de nieve. Y que los pueda seguir siempre.
La niña tenía la piel muy blanca y el pelo y los ojos muy negros. Le pusieron de nombre Altalé (...)".

Carmen MARTÍN GAITE, « El castillo de las tres murallas », 
Reeditado en la editorial Siruela (Madrid, 1992) con el título Dos cuentos maravillosos (Colección Las Tres Edades).