jueves, 26 de noviembre de 2015

Wild thing

Portada de Salvaje de Emily Hughes (Libros del Zorro Rojo, 2014)

No se puede domar algo tan felizmente salvaje”. De esta manera termina el cuento del que quiero hablaros hoy. Es un spoiler muy grande, lo sé, pero se ve venir desde el principio. Todos lo sabemos: no se puede obviar eso que nos hace salvajemente felices. Podemos distraernos, desviarnos del camino, ceder a la presión, caer en la rutina...pero...pero, un día, o un rato de cada día, o un rato de vez en cuando, volvemos a conectar con esa porción de nosotros que es puro cuerpo y alegría. A mí me pasa, por ejemplo, cuando bailo. Deben de ser las endorfinas, pero se parece mucho a regresar a la parte buena de la infancia.

Salvaje (Libros del Zorro Rojo, 2014) es la primera obra de la joven autora hawaiana Emily Hughes; aunque, por sus ilustraciones y argumento, se diría un libro añejo, un libro un poco hippie publicado en los 60. No es una historia completamente nueva porque, en cierto modo, su planteamiento es similar a El libro de la selva; recuerda a Pigmalión en su progresión y a Tarzán de los monos en el desenlace, pero tiene mucho encanto. De hecho, en julio pasado fue galardonado con el que premio que el Gremi de Llibreters de Catalunya concede al mejor álbum ilustrado del año

Salvaje está recomendado para niños a partir de cinco años. Yo se lo recetaría también a todos los adultos que andan un poco apáticos y abrumados por las obligaciones. A los que, como le ocurre a la protagonista, llega un día en que se hartan. Es bueno recordar que lo salvaje  nos espera con los brazos abiertos.

Por otra parte, ésta es también una lectura aconsejable para reflexionar sobre cómo se siente alguien que no encaja en los estereotipos sociales, alguien "insoportable", alguien que hace cosas que alteran el orden y no acepta ninguna imposición. ¿Es eso positivo o negativo? ¿Podemos confiar en los procesos internos de esa persona o es mejor intervenir?. Surgidas en torno al relato y a las sugestivas imágenes que lo acompañan, aquí encontraréis algunas ideas interesantes al respecto. Y también, a propósito de esto, os enlazo la carta que una maestra canadiense dirigió a los padres de sus alumnos para hablarles de "ese chico" asalvajado que podía perjudicar al resto del grupo con su comportamiento. Es un tema que da para mucho.
 
Ilustración de Emily Hughes para Salvaje
 
PD: Para antes, durante y/o después de la lectura os enlazo Society, una de las canciones que Eddie Vedder interpretó para la película Hacia rutas salvajes (Into the wild) -Sean Penn, 2007-. Creo que puede añadir algunos matices.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Día Mundial de los Bosques Autóctonos

Pintura de Susana Ragel

"Porque el bosque era el lugar al que me gustaba escapar en mi niñez y durante mi adolescencia; aquél era mi lugar. Allí aprendí que la oscuridad brilla, más aún, resplandece; que los vuelos de los pájaros escriben en el aire antiquísimas palabras, de donde han brotado todos los libros del mundo; que existen rumores y sonidos totalmente desconocidos por los humanos, que existe el canto del bosque entero, donde residen infinidad de historias que jamás se han escrito y acaso nunca se escribirán.  
Todas esas voces, esas palabras, sin oírse se conocen, en el balanceo de las altas ramas, en la profundidad de las raíces que buscan el corazón del mundo. Allí presentí y descubrí, minuto a minuto, la existencia de innumerables vidas invisibles, el rumor de sus secretos comunicándose de hoja en hoja, de tallo en tallo, de gota en gota de rocío, conducidos a través del bosque por los diminutos habitantes de la hierba (...)".
 De En el bosque: defensa de la fantasía (Discurso de entrada en la Academia de la Lengua de Ana María Matute).

PD: Para obtener información sobre el Día Mundial de los Bosques Autóctonos, véase aquí y/o escúchese esto

martes, 17 de noviembre de 2015

Girar

 
"A partir de Estambul, el señor Ibrahim habló menos. Se emocionaba.
Dentro de poco vamos a llegar al mar de donde yo soy.
Cada día quería que viajáramos un poco más despacio. Había que saborearlo todo. Tenía miedo, también.
¿Y dónde está ese mar de donde es usted, señor Ibrahim? Enséñemelo en el mapa.
¡Ay! No me atosigues con los mapas, Momó. ¡Aquí no estamos en el instituto!
Nos paramos en un pueblo de montaña.
Estoy feliz, Momó. Estás conmigo y sé lo que pone en mi Corán. Ahora te quiero llevar a bailar.
¿A bailar, señor Ibrahim?
— Ven, vamos al tekké.
¿Al qué?

—¡Vaya discoteca más rara! —exclamé al atravesar el umbral.
Un tekké no es una discoteca, es un monasterio. Momó, pon ahí los zapatos.
Y ahí fue donde vi, por primera vez, a hombres haciendo el giro derviche. Los derviches llevaban unas grandes túnicas pálidas, pesadas, amplias. Al resonar de un tambor, los monjes se convirtieron en peonzas.
 
— ¿Ves, Momó? Giran sobre sí mismos, giran en torno a su corazón, que es el lugar de la presencia de Dios. Es como una oración.
— ¿A eso le llama una oración usted?
— Pues claro, Momó. Pierden toda referencia terrenal, ese lastre al que llamamos equilibrio, y se convierten en unas antorchas que se consumen en un gran fuego. Pruébalo, Momó. Sígueme. 
 
Y el señor Ibrahim y yo nos pusimos a girar. 
 
Durante los primeros giros pensé: Soy feliz con el señor Ibrahim. Después, pensé: Ya no le tengo rencor a mi padre por haberse marchado. Al final, incluso llegué a pensar: Después de todo, mi madre no tenia mucho donde escoger cuando...
 
— ¿Qué tal, Momó, has sentido cosas bonitas?
— ¡Sí, era increíble! Me estaba vaciando de odio. Si los tambores no hubieran parado, quizá me habría ocupado del caso de mi madre. Ha molado mazo rezar así, señor Ibrahim, aunque habría preferido rezar con las zapatillas puestas. Cuanto más pesado se vuelve tu cuerpo, más ligera se vuelve la mente. 
 
A partir de ese día nos empezamos a parar con frecuencia para bailar en tekkés que conocía el señor Ibrahim. A veces él no giraba, se contentaba con tomarse un té y fruncir los ojos, pero yo giraba como un poseso. No, de hecho, giraba para estar un poco menos poseso de mi rabia (...). 
 
Y desde entonces, incluso hoy en día, cuando las cosas no van bien, hago el giro. Giro una mano hacia el cielo, y giro. Giro una mano hacia la tierra y giro. EI cielo gira por encima de mí. La tierra gira por debajo de mí. Yo ya no soy yo mismo sino uno de esos átomos que giran alrededor del vacío que es todo (...)".

Fragmento de Eric-Emmanuel Schmitt, El señor Ibrahim y las flores del Corán, Ediciones Obelisco, 2004 (3ª ed.). 

 
 

viernes, 6 de noviembre de 2015

Ante todo, mucha calma

Ilustración de Cristiana Cerretti para Ascolto, guardo de Cosetta Zanotti (Edizioni Lapis, 2009).
 
Hoy voy a hablaros de un álbum ilustrado (llamarlo cuento es dudoso, pues no hay conflicto) que me regalé hace unos meses y que creo que puede ayudar a sortear, o al menos a sobrellevar, esa espiral de frenesí por hacer en la que andamos metidos demasiado a menudo. En su versión en castellano se titula Escucho, miro y fue editado por Sleepyslaps en el 2011.
Del texto, de Cosetta Zanotti, no puedo decir que sea original; pero, de hecho, una de sus virtudes es la de ser capaz de conmovernos a pesar de que casi podemos adivinar, palabra por palabra, lo que sigue. Y es que, cuando nos detenemos y vivimos uno de esos raros momentos de presencia en el ahora, lo más lo obvio -el soplido del viento, las lejanas estrellas o un sentimiento que emerge si se lo permitimos-, puede ser extraordinario.
Al servicio del texto, complementándolo magníficamente, las ilustraciones de Cristiana Cerretti nos transportan a un lugar sin anécdota, sin  apenas detalles de fondo. Formas onduladas, como si una brisa pasara por ellas, y unos pocos motivos en rojo, nada más; todo muy sencillo y casi transparente.
El libro está  destinado a lectores/oyentes a partir de cinco años y pienso que puede servir como introducción a textos más propiamente narrativos, porque contribuye a crear un estado mental de calma y atención. Con Escucho, miro entramos de puntillas en otro mundo, el ruido y la vorágine  se quedan afuera, que ya toca. 

Ilustración de Cristiana Cerretti para Ascolto, guardo de Cosetta Zanotti  (Edizioni Lapis, 2009).