sábado, 30 de abril de 2016

Quien bien te quiere te hará bailar

Ayer, 29 de abril, fue el Día Internacional de la Danza. Estaba tan cansada que no lo pude celebrar ni bailando en sueños, así que, para compensar, hoy le estoy dando al tema entre una colada y otra, mientras limpio la bañera, barro el suelo y friego los cacharros. Desde fuera parezco una loca, claro. Desde dentro, no. Desde dentro, bailar es lo más cuerdo que uno puede hacer en estos tiempos. Entre una canción y la siguiente, aquí os dejo algunas ilustraciones danzarinas que me gustan mucho. Ojalá os inspiren, os animen a soltaros y a dejaros llevar por el ritmo.  Porque puede que no lo hagamos "bien" y puede parecer ridículo y tal vez demos risa, pero os prometo que vale la pena.

Ilustración de Marta Altés

Ilustración de Inge Löök


"Limpieza a buen ritmo" de Isabel Hojas
Ilustración de Phoebe Wahl

sábado, 16 de abril de 2016

Reptilianos

Ilustración de Mr. Wonderful
Se acerca Sant Jordi y, por estos lares, pronto empezaremos a ver representaciones del dragón, la princesa y el mismísimo San Jorge aliados en su campaña por hacernos comprar libros y rosas. Y, como cada año, apuesto a que muchas de estas imágenes no serán fieles a la leyenda original, sino que mostrarán variantes en las que la chica acaba prefiriendo al dragón como compañero y ambos viven un idilio envueltos en flores y poesía; mientras el caballero, entendido como emblema de valores anticuados, se queda compuesto y sin novia. Algo así:

Ilustración extraída del blog de XuxuLanstrum (autor desconocido)
Respecto a esto -y aunque he elegido ilustraciones que, de hecho, me gustan y me parecen graciosas (como la de la estupenda Anna Llenas)-, me gustaría compartir algunas ideas sobre los dragones, tal y como esta figura se aborda  en la Cuentoterapia. Más que nada porque hay características inherentes al simbolismo del dragón en Occidente (en Oriente es otra cosa) que se manifiestan en nuestra sociedad de una forma muy dañina para todos. Si pensamos que hay verdad en los cuentos (y  yo lo pienso), no podemos ignorar las advertencias que se nos hacen en esas historias sobre los dragones.


Ilustración de Anna Llenas
Es curioso, pero casi se diría que existe una voluntad explícita de tergiversar la iconografía del dragón y hacernos creer que, en realidad, se trata de una criatura incomprendida; algo así como el monstruo de Frankenstein o el jorobado de Notre Dame, que son antihéroes románticos que sufren la soledad que les impone una sociedad estrecha de miras que primero les teme y después les margina.
Pero en la cuentística tradicional (y también en obras contemporáneas fieles a ella como El Hobbit de JRR Tolkien o Un mago de Terramar de Ursula K. Le Guin), el dragón no tiene nada que ver con eso. Los dragones no son animales inocentes, ni enemigos "honorables" a los que se  les puede conceder el beneficio de la duda. Por contra, son seres insaciables que arrasan aldeas y acumulan tesoros, que desean poder y lo logran a través de infundir miedo. A un dragón no se le puede domesticar, ni se le puede domar como si fuera un caballo (aunque Cómo entrenar a tu dragón es una película que os recomiendo si estáis adiestrando a una mascota o tratando con un fantasma personal que necesita atención para dejar de causar estragos).

Fotograma de How to Train Your Dragon (Cómo entrenar a tu dragón),  DreamWorks Animation, 2010

Los dragones tienen aspecto de reptil y lo que a mí me han enseñado es que ese aspecto es coherente con lo que representan:  la parte primaria de nuestra mente que ha venido llamándose "cerebro reptiliano". El cerebro reptiliano es  el lugar donde se originan los instintos más básicos, los que tienen como finalidad la propia supervivencia, sin ninguna elaboración ni componente racional o sentimental. Comer, dormir, aparearse, huir o atacar. Lo que el cerebro reptiliano sabe viene de serie, no es aprendido. Y, sin duda, es muy útil, imprescindible; pero un ser humano es también inteligencia, raciocinio, emociones, sentimientos y todas esas informaciones y habilidades que vamos incorporando a medida que creamos vínculos con nuestros semejantes y adquirimos experiencias. El dragón de los cuentos tradicionales no siente empatía, no siente piedad; es astuto y rapta a las doncellas ( véase aquí para leer acerca del arquetipo de la doncella).

Ilustración de Rocío Bonilla para Sant Jordi a la cova del drac, Ed. Baula, 2014.

Claro que siempre podemos justificar la conducta de un dragón alegando que, al fin y al cabo, "lo han dibujado así". O podemos pensar que no es para tanto y  que, con paciencia y cariño, seguro que conseguiríamos que tuviera un comportamiento aceptable. Pero ésa no la clase de soluciones que nos proponen los cuentos populares y las leyendas. En ellos lo que se nos explica  es que, ante un dragón, no queda más remedio que usar la espada y cortar por lo sano. 

Veamos un ejemplo tomado de la realidad que tal vez permita entenderlo mejor. Pensad en alguna de  esas empresas multinacionales que tienen su sede en Estados Unidos o Europa (la cueva donde el dragón acumula sus riquezas), pero ha instalado sus fábricas en países donde, en connivencia con las autoridades locales, puede imponer a los empleados -muchos de ellos menores (doncella)- unas condiciones laborales auténticamente "draconianas" (que comprenden medidas tales como horarios extenuantes, sueldos de miseria o, incluso, despedir a las mujeres durante la menstruación para que no pierdan tiempo yendo al baño). Estas empresas actúan exactamente como un dragón de cuento: arrasan la aldea, queman bosques, envenenan el agua, van dejando un reguero de destrucción por donde pasan. Son voraces, no cooperan ni negocian sino que encadenan y esclavizan. Su capacidad para causar destrozos -en lo personal y en lo social- es enorme. En esa situación, definitivamente, lo que hace falta no son buenas palabras ni comprensión con esos empresarios que, en el fondo, son buenas personas y adoran a sus hijos. Lo que hace falta es un caballero que deshaga entuertos y no permitir de ninguna manera que el bicho se vaya de rositas.

Ilustración de Daniela Violi
Por otra parte, un caballero no es, en su sentido arquetípico, una figura patriarcal que salva damiselas para obtener prestigio y posicionarse como macho alfa dentro de su comunidad.  Un caballero es alguien que personifica unos valores que incluyen la defensa de los más débiles y el rescate de las cualidades del ánima (según Carl Jung, el ánima es el aspecto femenino presente en el insconciente colectivo, algo que tanto hombres como mujeres debemos encarnar y desarrollar para ser individuos plenos, realizados). Un caballero de nuestros días no tiene porqué ser un tipo cachas armado hasta los dientes; de hecho, es posible que -siendo hombre, mujer o, incluso, niño o niña- se parezca bastante a don Quijote, ese noble defensor de las causas perdidas. Un@ abogad@ de derechos humanos o es@ alumn@ que se atreve a denunciar un caso de bulling contra un compañero serían, en ese sentido, caballeros, pues demuestran valentía, lealtad y compromiso con la justicia.

Ilustración de Joan Turú
Hay muchas más cosas que quisiera explicaros sobre el simbolismo del dragón y lo mal que me parece que se le presente como un ser digno de compasión, una especie de osito panda en vías de extinción al que hay que proteger de las ínfulas de grandeza de un fanático. Quizá le dedique otro post en el futuro. Por lo pronto, un último apunte, un ruego más bien: si os encontráis por ahí con un dragón, de los que escupen fuego (llámalo fuego, llámalo insultos y falta de respeto); destrozan vuestro hogar (llámalo hogar, llámalo autoconfianza), os roban vuestros tesoros (los de verdad, los interiores) y raptan a la doncella libre y hecha para la alegría que todos llevamos dentro, no lo dudéis: escapad, pedid auxilio, buscad ayuda y, sobre todo, devolvedle poder a vuestro caballero y a su espada.

domingo, 10 de abril de 2016

Un rayo de sol

Hoy me he despertado con los cables cruzados. Tengo que hacer un esfuerzo para serenarme y pensar en positivo. Ver el vaso y alegrarme, para empezar, de que haya un vaso; y luego ya, si eso, agradecer que esté medio vacío o medio lleno porque, al fin y al cabo, las cosas (y el agua por encima de todas) va cambiando a cada rato. Be water, my friend!. Además, algo bueno es que, por culpa de este estado de ánimo azuloscurocasinegro, me acabo de acordar de un cuento de Gianni Rodari que me gusta mucho.  Se titula  El sol y la nube y me calza como un guante: dentro de mí hay una nube fastidiosa, es cierto, pero también un sol que va lo suyo y no se distrae con tonterías. Ojalá que a vosotros, como a mí, os ayude el maestro Rodari a disfrutar de la luz de este domingo de primavera. Y, si puede ser,  desparramaos generosamente.

Ilustración de Catrin Welz-Stein  (imagen procedente de https://es.pinterest.com/pin/416020084305896214/)

 

EL SOL  Y   LA NUBE

"El sol viajaba por el cielo, alegre y glorioso sobre su carro de fuego, lanzando sus rayos en todas las direcciones, a pesar de la rabia de una nube de humor de temporal, que rezongaba:
- Despilfarrador, mano rota, regala, regala tus rayos, verás cuántos te van a quedar.

En los viñedos cada grano de uva que maduraba sobre los sarmientos robaba un rayo al minuto, o también dos; y no había una brizna de hierba, o araña, o flor, o gota de agua, que no se tomase su parte.

- Deja, deja que todos te despojen: verás como te lo agradecerán, cuando no tengas nada más para regalarles.

El sol continuaba alegremente su viaje, regalando rayos por millones, por miles de millones, sin contarlos.
Solamente al ocaso contó los rayos que le quedaban: y fíjate, no le faltaba ni siquiera uno. La nube, de la sorpresa, se disolvió en granizo.
El sol se zambulló alegremente tras el horizonte."


 Gianni Rodari, Cuentos por teléfono ( Ed. Einaudi, 1962)



Here Comes the Sun from Russell McKenzie on Vimeo.

viernes, 1 de abril de 2016

Pack de la sonrisa

Ilustración de Christine Delezenne para La llave, de Angèle Delaunois (Lóguez Ediciones, 2010)
En efecto, así es: las noticias son espeluznantes. Hay tanto sufrimiento por el mundo que se diría que nada ni nadie puede ponerle fin. Las situaciones que lo provocan son tan enrevesadas que casi es imposible discernir quién tiene la culpa de qué (aunque, obviamente, quienes se lucran con la fabricación y el tráfico de armas nunca podrán ser considerados buena gente, por mucho que quieran a sus hijos y sean amables con sus mascotas). Pienso en todas esas personas malviviendo en medio del barro y la porquería, viajando sin nada; jugándose la vida, contemplando impotentes cómo la pierden sus seres queridos. Es una tragedia porque en la noción de tragedia entra la idea del destino, del fatum: te tocó nacer en Siria, ni más ni menos, así que la suerte está echada y da igual que lo tuyo sea la pintura o tocar el violín, porque lo que pasará es que tendrás que escapar de la muerte antes de poder ocuparte de cualquier otra cosa. No habrá clases de pintura ni ensayos ni nada. Sólo tratar de sobrevivir tanto tiempo como sea posible usando cualquier medio a tu alcance. 
Frente a esto y desde tan lejos, parece que no hay mucho que podamos hacer, especialmente nada "importante", que solucione los problemas de miles de personas, pero yo creo que algo sí podemos hacer, algo pequeño, quizás.  Por ejemplo, si vivís en Mallorca, hasta el 15 de abril podéis colaborar en la iniciativa Pack de la sonrisa, que tiene como finalidad hacer llegar a los niños que están todavía en campos de refugiados en Grecia unas pequeñas mochilas con lápices de colores, cuadernillos, bolígrafos, globos, un juguete pequeño, etc. (los detalles de lo que se precisa -incluidas las medidas- y los puntos de recogida podéis encontrarlos aquí). Seguro que, si tenéis hijos o niños cerca, disponéis de materiales en buen estado como los que se solicitan. No es necesario completar el kit, sólo aportar lo que se pueda y, de esta manera, entre todos ir llenando las mochilas.
Tal vez os habéis fijado que en el párrafo anterior repito tres veces el adjetivo "pequeño/a". Para una maniática del lenguaje como yo, eso es mucho repetir. Sin embargo no voy a buscar sinónimos ni a cambiar nada. De hecho, lo voy a volver a decir: ¡hagamos algo pequeño!. Aunque parezca poco, es  mejor que nada. Las grandes obras, impactan; pero son los gestos pequeños los que, poco a poco, producen una evolución. Y fijaos que entre evolución y revolución sólo media una (pequeña) letra. 
Y, por si todavía no tenéis claro si vuestra aportación servirá de algo en este maremagnum de personas que lo pasan mal y políticos que no se sabe a qué intereses sirven, abajo os dejo un cuento realmente bonito de Tim Bowley (Autr.) e Inés Vilpi (Iltr.),  Jaime y las bellotas (Ed. Kalandraka, 2005).  Creo que eso disipará las dudas. 


PD: Si al pinchar el enlace del Pack de la Sonrisa no se abre o no se ve bien, decídmelo y os pasaré la información.