Ilustración de Victor Jaubert para El rey que bordaba estrellas (Ed. Diego Pun Ediciones, 2013) |
Hace una semana, os hablé de Escritos en la corteza, un libro que había encontrado casualmente sobre una mesa de nuestro Departamento y que había decidido llevarme a casa para leerlo durante el Puente de Mayo. El libro me gustó mucho, lo leí en un suspiro, y de inmediato publiqué en este blog una pequeña reseña para recomendarlo. Luego, ese mismo fin de semana, se celebraba un Festival del Cuento cerca de donde vivo y para allí me fui, pero las entradas volaban y el primero de los dos días del evento no pude acudir a ninguna sesión de cuentacuentos, a ningún taller ni conferencia. El domingo, en cambio, tuve más suerte y encontré un pase, sólo uno, para asistir a la actuación de un señor llamado Ernesto Rodríguez (ummm, ese nombre...). Me pareció un cuentacuentos muy bueno, fino y nada artificioso, y con unas historias preciosas en su repertorio -algunas creadas por él y otras recopiladas-. Volví a casa pensando que qué suerte había tenido: en un mismo fin de semana, ración doble de cuentos, unos escritos y otros contados de viva voz, todos bonitos, elegantes, con algo que me recordaba vagamente a los Cuentos de la Selva de Horacio Quiroga, o, más bien, a la sensación que yo de niña tenía cuando leía al escritor uruguayo, sin saber nada de él ni de su mundo, sin saber lo que era un yacaré ni haber visto nunca una tortuga gigante. La sensación, sí, de que alguien te coge de la mano y te lleva muy lejos y cuando la historia termina es como si regresaras de un viaje.
Como habréis adivinado, nunca podría ganarme la vida como detective porque Escritos en la corteza y el cuentacuentos al que pude ver poco después de leer ese libro son la misma persona. El mismo Ernesto. Un señor, por cierto, muy conocido en el mundillo de los narradores orales, por ser, entre otras cosas, fundador y actual director del Festival Internacional del cuento de Los Silos, en Santa Cruz de Tenerife. Cada vez que me acuerdo de que llevaba su libro en mi mochila mientras intercambiaba con él unas palabras tras su actuación y no le pedí que me dedicara la obra ni le hice ningún comentario de fan, me doy un poco de rabia. Pero, bueno, al menos puedo decir que le he visto en acción y certifico la impresión que me dieron sus cuentos publicados: tras la sencillez aparente de sus relatos, hay mucho oficio y un espíritu amable y generoso. Os dejo un video que he encontrado en YouTube donde se le entrevista, para que también vosotros le conozcáis y, si os cruzáis con él mientras leéis alguno de sus cuentos, no os pase como a mí.
Y, ya de paso, os sugiero busquéis un álbum ilustrado titulado El rey que bordaba estrellas (los dibujos son obra de Victor Jaubert -¡qué estupenda página-web la suya!-). Allí Ernesto Rodríguez Abad nos explica la peripecia de un rey que, en lugar de dar órdenes, guerrear o acumular tesoros, prefiere bordar y crear mundos maravillosos. Es un rey muy valiente, claro, porque reina desde el corazón y conoce el poder secreto de las palabras (para los maestros: aquí encontraréis algunas propuestas de explotación didáctica del cuento). Pero mejor que os lo presente el propio Ernesto:
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