Ilustración de Katerina K. Shtanko para el cuento de los hermanos Grimm "Belyanochka and Rosettes" (Veselka Publishers,1983)
"Nada de lo que ocurre en un cuento popular es gratuito o superfluo. Contra lo que pueda parecer, todo en él tiene un sentido, más o menos oculto, más o menos evolucionado a partir de antiguas creencias, ritos, costumbres, a través de los cuales la humanidad se ha forjado a sí misma, dejando en la tradición oral el testimonio de un camino quizás demasiado largo para lo poco que lo estimamos.
Hábilmente engarzados en esos relatos, tan simbólicos que ya ni siquiera lo parecen, llegan hasta hoy multitud de mensajes cifrados. Algunos desde ese fondo de los tiempos que venimos llamando la Proto-Historia. Otros, desde el fondo de nosotros mismos; lo cual, bien mirado, no es sino una variante de lo anterior. En todo caso, lo único que en realidad puede hacerse con los cuentos populares es intentar descifrarlos.
Para ello existen dos procedimientos. A uno lo llamaremos el natural y a otro el científico. El procedimiento natural consiste simplemente en escuchar-aprender-repetir, cuantas más veces mejor, obteniendo de los cuentos la secreta sustancia de que son portadores (...)".
De la Introducción a: Los cuentos populares o la tentativa de un texto infinito; [Los cuentos de tradición oral en España]. Antonio Rodríguez Almodóvar.‐ Murcia: Universidad, Secretariado de Publicaciones, 1989.
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Me desagrada el calificativo "con valores"que se le añade últimamente a algunas colecciones de cuentos ¿Es que, acaso, existen "cuentos sin valores"? ¿Cuentos que no transmiten nada o, todavía peor, que transmiten algo que no interesa? Porque da la impresión de que quienes pretenden que hay unos cuentos "con valores", suponen que el resto, lo anterior, son naderías pasadas de moda, llenas de barbaridades y mensajes reaccionarios.
Yo creo que es cierto que, en los cuentos
tradicionales, en sus versiones más antiguas, abundan pasajes de una
crudeza tremenda (hay orfandad, abandono, noches muy oscuras,
desmembramientos y hasta canibalismo), pero los finales son felices
y no es por casualidad. Porque en esas
historias el mal paga, las dificultades se superan; hay
autorrealización y reconciliación de los opuestos.
La verdad es que en la vida es fácil perderse
en el bosque (hay muchos tipos de bosque y muchas formas de
perderse), y, como les sucede a los personajes de los
cuentos populares, más pronto o más tarde todos
aprendemos que ser demasiado ingenuo, o demasiado ambicioso, o
demasiado presumido puede ser un problema. ¿No es ésa, acaso, una
información muy provechosa? En los cuentos maravillosos se nos
explica que hay que ser amable cuando alguien solicita nuestra ayuda
y resuelto contra ogros, lobos y dragones de toda índole. También
se nos dice que nuestros actos tienen consecuencias y la
perseverancia cosecha su recompensa. Así que en esas historias hay
esperanza y, si las estudiamos a fondo (o incluso sólo con leerlas o
escucharlas) podemos encontrar un mapa, una guía a seguir para salir
del laberinto.
Hace años tuve un sueño que nunca he olvidado.
Soñé que estaba en una casa donde pasé muchos fines de semana y
veranos en mi infancia. Es una casa enorme, antigua, llena de
escaleras y rincones en penumbra. Aunque llevo lustros sin pisarla,
es uno de los lugares que más frecuento en sueños. Soñé que
entraba en una de las estancias y allí todo parecía armonioso, iluminado por
una luz blanca muy brillante. Había montones de libros y algo así
como ángeles trabajando sin prisas en crear juguetes y pequeños
objetos y en escribir narraciones maravillosas que sucedían al mismo
tiempo que se contaban. En ese taller fantástico revolví dentro de
los baúles, me probé ropa preciosa y escuché cuentos que podía
encarnar y vivir. Luego, alguien me acompaño a la puerta, me
despidió con afecto pero no me dejó llevarme nada, ni siquiera un libro de tapas doradas que me encantaba y no había podido terminar, ni siquiera una horquilla para el pelo. Me desperté
contenta y triste porque había encontrado “la habitación del
tesoro”, pero había salido de allí con las manos vacías.
Bastante tiempo después, empecé mi formación en cuentoterapia y, un día, cuando entraba en la sala donde tenía
lugar uno de los cursos, vi a mis compañeros, a mis profesores, los
montones de libros desparramados por el suelo, oí la música sonando
(siempre llego tarde)...Y, bueno, no sé, no tengo ni idea de cómo
lo he hecho, pero sentí que había vuelto a encontrar “la
habitación del tesoro”. Y, además, aquella vez, y todas las
que han seguido, he regresado “a la realidad” siempre con
algo, un objeto, sí, y también un cuento con (casi) todos sus
secretos desvelados.
Lo que quiero decir es que, cuando me siento
perdida, asustada o, simplemente, harta, ahora sé a dónde acudir
para encontrar algún alivio. Leo un cuento o lo escucho; siento,
pienso, busco las claves. Recuerdo “la habitación del tesoro”
y me imagino allí. ¿Podría un cuento sin valores lograr
trasladarnos a ese lugar tan puro donde las cosas se ordenan y cobran
sentido?.
PD: Os enlazo un vídeo de Ana Mª Matute y Antonio Rodríguez Almodóvar charlando de sus cosas. Es una maravilla. Estos dos salieron de la habitación del tesoro con un saco cargadísimo.
PD: Os enlazo un vídeo de Ana Mª Matute y Antonio Rodríguez Almodóvar charlando de sus cosas. Es una maravilla. Estos dos salieron de la habitación del tesoro con un saco cargadísimo.
ResponderEliminarHace años tuve un sueño que nunca he olvidado.espero y deseo que todo el mundo le ocurra lo mismo
precioso trabajo vivir del cuento un abrazo
Bueno, en realidad, soy profesora. Eso de vivir del cuento es una licencia poética, un deseo...¡Tal vez algún día!. Gracias por tu comentario, Deborah.
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