“Hay que plantearse muy seriamente a qué dedicamos nuestro tiempo. Nadie en su lecho de muerte piensa: “Ojalá que hubiera pasado más tiempo en la oficina o viendo la tele”, y, sin embargo, son las cosas que más tiempo consumen en la vida de la gente.” Carl HONORÉ, autor de Elogio de la lentitud (Ed. RBA, 2005)
Imagen procedente de Yvonne's Workshop "Un hombre tenía un burro que, durante largos años, había estado llevando sin descanso los sacos al molino, pero cuyas fuerzas se iban agotando, de tal manera que cada día se iba haciendo menos apto para el trabajo. Entonces el amo pensó en deshacerse de él, pero el burro se dio cuenta de que los vientos que soplaban por allí no le eran nada favorables, por lo que se escapó, dirigiéndose hacia la ciudad de Bremen. Allí, pensaba, podría ganarse la vida como músico callejero. Después de recorrer un trecho, se encontró con un perro de caza que estaba tumbado en medio del camino, y que jadeaba como si estuviese cansado de correr.
-¿Por qué jadeas de esa manera, cazadorcillo? -preguntó el burro.
-¡Ay de mí! -dijo el perro-, porque soy viejo y cada día estoy más débil y, como tampoco sirvo ya para ir de caza, mi amo ha querido matarme a palos; por eso decidí darme el bote. Pero ¿cómo voy a ganarme ahora el pan?
-¿Sabes una cosa? -le dijo el burro-, yo voy a Bremen porque quiero hacerme músico. Vente conmigo y haz lo mismo que yo; formaremos un buen dúo: yo tocaré el laúd y tú puedes tocar los timbales (...)"
De esta manera da
comienzo Los músicos de Bremen, uno de los cuentos recogidos por los hermanos Grimm de los
que más me acuerdo últimamente. Algo que me llama la atención es
que, en cierto modo, se trata de una historia atípica. Sus protagonistas no son jóvenes ingenuos que se lanzan a la
aventura en la plenitud de su vigor físico e inconscientes del
peligro. Los músicos son justo lo contrario de eso:
unos viejos que se las saben todas. Además, la peripecia de los protagonistas deja en mal lugar al género humano, lo que evidencia una
compasión por las criaturas que conviven con nosotros no muy común en la narrativa tradicional.
Como recordaréis, los músicos son un burro, un perro, un gato y un gallo ya inútiles para el trabajo que, ante su propia decrepitud y el desafecto de sus amos
(el cual llega a límites tan crueles como en la vida misma),
deciden aliarse y escapar juntos porque “en
cualquier parte se puede encontrar algo mejor que la muerte”. Me gusta esta visión vitalista de la vejez como una etapa en la que aún se
puede sacar partido de los propios talentos (en este caso,
para convertirse en músicos callejeros). Y también me gusta
que, al final, los personajes encuentren un hogar propio en el
que ser independientes y felices.
Claro
que, por el camino, como suele ocurrir en los cuentos, los animales tendrán
que atravesar el bosque y enfrentarse a un enemigo. El enemigo aquí
son unos ladrones, lo que también me da que pensar, porque ¿cuántos
ladrones no hay en nuestra vida que nos roban nuestros tesoros más
preciados?. El tiempo, por ejemplo; o la libertad para corretear por
ahí, acurrucarnos junto al fuego y cantar por las mañanas. Pienso
en eso y lo asocio a un concepto del que he oído hablar
recientemente, el “síndrome de la felicidad aplazada”:
"El síndrome de la felicidad postergada (o deferred happiness syndrome en inglés) se caracteriza por la angustia de no tener tiempo para hacer todo lo que debemos hacer, lo que nos lleva a posponer los momentos de recreación, diversión y descanso para después."
Pintura de Leandro Lamas |
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