"Lectura" ilustración de Nicole Wong. Imagen procedente de http://bibliocolors.blogspot.com.es/2013/11/nits-dinsomni-noches-de-insomnio.html |
Cuando viajo, me pasa que en
algún momento, normalmente hacia el tercer día, la excitación de
estar en un lugar nuevo decae y deja paso a un sentimiento de
melancolía, casi de orfandad. Me siento cansada y fuera de lugar (fuera del hogar también) y me doy un poco de
pena.
Entonces sé que necesito una toma de tierra y a mí
las tomas de tierra me las proporcionan los libros. Dadme una larga
hilera de títulos, páginas y chifladuras que a alguien se le
ocurrieron y será como estar en casa. Por eso, contra esos momentos
de saudade (que es la nostalgia del terruño, por si alguien
no lo sabe), yo me busco mi aspirina: una librería calentita -o con
aire acondicionado, si es verano-, y allí me dan las tantas, leyendo
primeras páginas y cuentos enteros y versos de poetas de nombre
impronunciable. Es un viaje dentro del viaje para acordarme de quién
soy. Y una oportunidad de encontrar el tesoro que voy buscando
siempre por esos mundos.
Nunca regreso de unas vacaciones sin un
libro nuevo, sea en la lengua que sea. Es un pequeño ritual, que,
luego, semanas o meses después, concluye en mi cama, en una de esas
mañanas del fin de semana en que me digo “hoy me quedo aquí y
a la realidad que le den”. Hojear
o leer en la cama, con tiempo por delante, un libro que compré lejos
es, sencillamente, una de las cosas que más me gustan en la vida.
Los libros son un pasaporte, una alfombra voladora, y hoy, que es el día de las librerías, se me ha ocurrido que esas tiendas son para
mí como aeropuertos de donde salen aviones de papel que van de mi
casa a todo el mundo y de todo mundo a mi casa. Un lujo de
aeropuertos, sin policía ni Ryanair ni controles ni tonterías. ¡Larga vida a esos azafatos de vuelo que son los libreros de vocación, ancho cielo despejado y largas travesías sin turbulencias para ellos!.
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