Ilustración de Silvia Bautista para una empresa de catering escolar. |
Pertenezco a una generación anterior a
la proliferación de hamburgueserías y aún me sorprende encontrarme
a gente caminando por la calle mientras toma café en grandes vasos
desechables y con pajita. Tampoco entiendo el súbito anhelo de
algunos transeúntes por comerse un yogur mientras pasean. Además,
el auge del botellón (esa especie de bacanal cutre) me pilló
al final de la veintena y ya nunca le vi la gracia. En mi infancia
los refrescos y chucherías se racionaban, salir a tomarse un helado
era un pequeño acontecimiento, el desayuno de los domingos podía, a
veces, ser especial, pero el resto de la semana tomábamos cola-cao
y galletas maría -nada muy
sofisticado ni avalado por nutricionistas-. Cuando era niña, me
dejaba sobornar por un huevo kinder
y si alguna vez me compraban un donut
tardaba media hora en comérmelo, siguiendo una secuencia de pasos
demencial destinada a prolongar la experiencia al máximo.
Explico esto porque hoy quiero recordar
un tipo de historias que, de muy chica, me fascinaban. De hecho, el
primer cuento que escribí -lo sé porque mi madre lo ha guardado- se
titulaba “La mesa májica” (sí, con j. Sólo tenía seis
años) y recreaba un episodio de ese tipo. Me refiero a esos cuentos
de “mesa, ponte”, en los que el protagonista recibía en
algún momento de su aventura un objeto capaz de proveerle de los más
exquisitos manjares en el momento que lo pidiera. Normalmente, ese
objeto era un mantel o, tal vez, unas alforjas (los que he podido
encontrar en la red son unos cuentos un tanto misóginos, advierto).
Fuera lo que fuera, el encantamiento permitía al personaje disfrutar
de una comida deliciosa, sin las restricciones en la dieta propias de
un niño de mi generación.
Me imagino que esos cuentos fueron
perdiendo vigencia y encanto a medida que nos íbamos instalando en
una sociedad opulenta y consentida. No lo digo con alegría, ni mucho
menos, pero puede que ahora vuelvan a ponerse de moda.
Os dejo con una terrorífica escena de El Laberinto del Fauno (Guillermo del Toro, 2006) que, tangencialmente, guarda relación con esto de lo que hablo (y, de paso, con el mito de Perséfone), para que reflexionemos sobre los peligros de ser zampabollos:
Os dejo con una terrorífica escena de El Laberinto del Fauno (Guillermo del Toro, 2006) que, tangencialmente, guarda relación con esto de lo que hablo (y, de paso, con el mito de Perséfone), para que reflexionemos sobre los peligros de ser zampabollos:
PD: No soy tan vieja como esta entrada pueda dar a entender, aunque, sí, ¡estoy a régimen!!
No suelo comer ni beber por la calle, pero entiendo que lo hagan algunas personas: las prisas. Recuerdo de pequeña verlo en las películas y parecerme extraño eso de ir con el vaso por ahí, pero en invierno también es una buena forma de calentarse las manos. En cuanto a los desayunos, yo fui niña en los 80 y los míos normalmente constaban de cereales con leche, alguna vez galletas granola, más o menos lo que desayuno ahora ;) En cuanto a las prisas, recuerdo cuando estudié en Alemania ver con sorpresa a la gente comiendo dentro del aula y ningún profesor les llamaba la atención. Al final terminé haciéndolo yo porque en la universidad había días que no tenías tiempo entre una clase y otra.
ResponderEliminarOtra escena cinematográfica, relacionada con la comida, que me ha venido a la mente al leer tu entrada, es la de 'El viaje de Chihiro' cuando comienzan a comer los padres porque creen que tienen la comida gratis y acaban convertidos... uy, no escribo más por si no la has visto. Te dejo la entrada que escribí en mi blog sobre la peli, pero cuidado con los spoilers:
http://www.noemirisco.me/2012/04/el-viaje-de-chihiro.html
Saludos,
Noemí.
La verdad es que le he dado al texto un aire un poco crónicas de la posguerra. ¡Las ganas de comer chocolate me ponen melancólica!. En realidad, yo quería hablar de cómo algunas imágenes de los cuentos clásicos pueden haber surgido de experiencias corrientes, de experiencias que pueden tener también los niños actuales cuando se les prohibe comer o hacer ciertas cosas. Pero luego me he dado cuenta de que la sociedad ha cambiado mucho en los últimos 20 años y en el mundo occidental lo habitual hoy es satisfacer inmediatamente tus deseos, sin que dé tiempo a que se creen fantasías muy elaboradas. No pienso que lo de antes era bueno y lo de ahora es peor, aunque tener acceso ilimitado a los Doritos....ummm, no sé yo,.... "El viaje de Chihiro" es una película preciosa. Me encanta Hayao Miyazaki. Algún día quiero hablar de "El castillo ambulante" (¡me identifiqué mucho!). ¡Gracias por escribir!
ResponderEliminarAcabo de leer la entrada, Noemí. Muy interesante. No me había parado a pensar en el simbolismo de los nombres. A mí de la película me impactó esa manera extraña de crear suspense con personajes que dan miedo pero no son realmente malvados, sólo raros (ese bebé gigantesco, esas máscaras que flotan en el aire...). Hay una escena que me encanta, además: la del tren que atraviesa un río. Todo es extraordinario pero sutil. ¡Tengo que volver a verla!.
ResponderEliminarPuedes comer chocolate muy rico en cacao sin problemas, al menos según los estudios más recientes (aunque a saber quién los financia). Es más, dicen que una pequeña cantidad diaria disminuye la grasa corporal responsable de esas mollas que tú no tienes.
ResponderEliminar¡Ay, la faja! ¡Qué buen servicio me hace! ;)
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