domingo, 19 de abril de 2015

La muerte es mentira


Ilustración de Luis de Horna para 
La piedra arde (1980)
Murió Eduardo Galeano. Murió o lo que sea que ocurre cuando un escritor se va pero deja aquí sus palabras, el testimonio de sus ideas, de sus sentimientos, de lo que vio y de lo que comprendió acerca del mundo y de la naturaleza humana. Para sus allegados es una pérdida inconmensurable, claro; pero para quienes sólo le conocemos por su obra, Galeano sigue entre nosotros, contándonos cuentos con esa naturalidad que sólo puede ser fruto de mucho trabajo. Yo aventuro que sus lectores no le echaremos de menos, porque él continuará, como hasta ahora, compartiendo ratos buenos y malos con nosotros, inspirándonos, ayudándonos a mirar...Para nosotros, él nunca andará demasiado lejos.

Sobre esto escribió, y muy bien, la especialista en literatura infantil Ana Garralón hace unos días. En su blog podéis encontrar una reflexión sobre el vínculo del escritor uruguayo con la literatura infantil y una mención a  La piedra arde (Lóguez Ediciones. 1980) , uno de esos libros “extraños” que me regalaron cuando era pequeña y que ahora está -creo- descatalogado. Era un libro extraño porque los personajes no eran buenos o malos (el niño, Carasucia, entra a robar en el huerto del viejo, antes de que ambos se hagan amigos) y tenían un pasado, una historia, heridas reales y orgullo de ser lo que eran. Además las ilustraciones, de Luis de Horna, eran hermosas de una manera inusual. Por dibujos así, un lector joven puede llegar a entender, intuitivamente, que un artista expresa lo que ve fuera así como él es por dentro. Y, además, el final...Ese final que nos hacía sentir gratitud por las luchas que libraron nuestros abuelos.
Os invito hoy a que leáis o releáis  La piedra arde -aquí, si no de otro modo- para recordar que más tentador que el exilir de la eterna juventud es llegar a ser un viejo sabio y generoso (NOTA: ¡Eduardo lo consiguió!).

Pintura de Luis de HornaSin título (Acrílico sobre tabla, 1996).
Imagen extraída de http://www.saber.es/web/biblioteca/libros/la-coleccion-caja-espana-de-pintura/html/cuadros/78.htm

LA CREACIÓN

La mujer y el hombre soñaban que Dios los estaba soñando.
Dios los soñaba mientras cantaba y agitaba sus maracas, envuelto en humo de tabaco, y se sentía feliz y también estremecido por la duda y el misterio.
Los indios makiritare saben que si Dios sueña con comida, fructifica y da de comer.  Si Dios sueña con la vida, nace y da nacimiento.
La mujer y el hombre soñaban que en el sueño de Dios aparecía un gran huevo brillante.  Dentro de huevo, ellos cantaban y bailaban y armaban mucho alboroto, porque estaban locos de ganas de nacer.  Soñaban que en el sueño de Dios la alegría era más fuerte que la duda y el misterio; y Dios, soñando, los creaba y cantando decía:
–  Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre.  Y juntos vivirán y morirán.  Pero nacerán nuevamente.  Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán.  Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira.


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