viernes, 25 de julio de 2014

Nihil novum sub sole

Yo pensaba que, siendo verano, haría tantas cosas. Actualizar este blog más a menudo, por ejemplo. Escribir un rato todos los días y leerme de principio a fin las Rimas de Bécquer (al que redescubrí durante este curso, cuando impartía clases en 1º de Bachillerato. No es tan cursi, al fin y al cabo). Creí que adecentar la casa nueva me costaría mucho menos y, además, pronto estaría recuperada del cansancio. Me imaginaba aprendiendo a cocinar paella e invitando a mis amigos a degustar el experimento; tratando de tocar Moon River en el balcón con un ukelele prestado; buscando claves secretas en los cuentos de los hermanos Grimm, el diccionario de símbolos en una mano y una lupa enorme en la otra -me estoy quedando cegata y lo de la lupa es una coquetería porque prefiero parecerme a Sherlock Holmes que a Miss Marple-. Pero no. Resulta que estoy vaga y re-vaga y voy lenta con todo, los cacharros se acumulan en el fregadero y la pintura nunca termina de secarse.
Sin embargo, he decidido no atormentarme de más y dejar que los días se sucedan al ritmo que quieran ellos, sin llenarlos de obligaciones ni quejarme de este calor que me inhibe de ser más activa. Esta bien así. Ya fui eficaz en primavera y supongo que volveré a serlo cuando llegue el otoño. Mientras tanto, voy a ceder el protagonismo a seis artistas, tres que pintan y tres que escriben o  escribieron, para celebrar esta época del año en la que el sol está en plenitud.

Anna Silivonchik, "My Sun", ( 2006). Óleo sobre tela.

 "El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento", Albert Camus,  El revés y el derecho (1937) .

El primer tandem lo integran Albert Camus (1913-1960) a la palabras y Anna Silivonchik (1980) en los pinceles. Del primero, no hay mucho qué decir, porque el año pasado se celebró el centenario de su nacimiento y se dijeron ya montones de cosas. En cuanto a Anna, lo mejor es darse un garbeo por su web y admirar su obra - o, si sabéis ruso, mirar este video-. A mí me ha parecido que el escritor francés -de origen argelino y ancestros menorquines- y la ilustradora bielorusa -de la que apenas sé nada, porque para mí el alfabeto cirílico son como hormigas aplastadas- casan muy bien. Son dos adoradores del sol agradecidos.


Leandro Lamas, "Columpio" (2008)


A plena luz de sol sucede el día,
el día sol, el silencioso sello
extendido en los campos del camino.

Yo soy un hombre luz, con tanta rosa,
con tanta claridad destinada
que llegaré a morirme de fulgor.

Y no divido el mundo en dos mitades,
en dos esferas negras o amarillas
sino que lo mantengo a plena luz
como una sola uva de topacio (...).

Pablo Neruda, El Sol
La segunda pareja la forman el poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973) y Leandro Lamas, un ilustrador y pintor gallego del que he tenido noticia  hace unos meses. Leandro  comparte con Anna Silivonchik el gusto por los personajes contorsionados, los amantes voladores y los animalitos acurrucados en las esquinas. Ambos me recuerdan a Marc Chagall, aunque la paleta del artista gallego sea de colores más vivos y las escenas - indefectiblemente  amables- más cotidianas. Me gusta como quedan juntos, Leandro y Pablo, y mientras nadie me diga nada, los dejaré ahí, hombres solares que celebran el lado luminoso de la vida.

En el blog de Lamas, por cierto, puede leerse una cita de Eduardo Galeano que parece ser el leitmotiv de su trabajo: “uno no sólo es realista cuando pinta la realidad que vive o padece, también es realista cuando pinta la realidad que necesita porque en el vientre de este mundo existe otro mundo posible”. Esas palabras, creo yo, nos deberían inspirar también a quienes nos dedicamos a enseñar -especialmente a los que enseñamos humanidades-, ahora que los nuevos planes de estudios son tan restrictivos con los contenidos que no tienen una aplicación práctica inmediata. ¡Lo que no da dinero también existe!. Pero, en fin, ya se sabe cómo somos las personas: el dorado que nos deslumbra no es el del sol precisamente.

Pensando en esto, decidí que la tercera pareja que iba a incluir en esta entrada estaría compuesta por el propio  Eduardo Galeano (1940) y mi adorado Ricardo Siri Liniers (1973).  Un uruguayo y un argentino que, además de idioma y pasión futbolera (Galeano es autor de El fútbol a sol y sombra  -Ed. Siglo XIX, 1995- y Liniers ha dedicado muchas de sus viñetas de este mes de julio al Mundial), comparten y nos regalan una fe inquebrantable en las posibilidades de la realidad - posibilidades de disfrutarla, de cambiarla, de llenarla de luz-.  Para Enriqueta, Fellini y Madariaga, como para Anne Mirak, vale la pena estar ahí, justo ahí: aunque no haya nada nuevo bajo el sol, todo está por descubrir.

Ilustración de Ricardo Siri Liniers

En algún lugar de Pensilvania, Anne Mirak trabaja como ayudante del sol.
Ella está en el oficio desde que tiene memoria. Al fin de cada noche, Anne alza sus brazos y empuja al sol, para que irrumpa en el cielo; y al fin de cada día, bajando los brazos, acuesta al sol en el horizonte.
Era muy chiquita cuando empezó esta tarea y jamás ha faltado a su trabajo, porque ella sabe que el sol la necesita.
Hace medio siglo, la declararon loca. Desde entonces, Anne ha pasado por varios manicomios, ha sido tratada por diversos psiquiatras y ha engullido muchísimos psicofármacos. Nunca consiguieron curarla. Menos mal.

Eduardo Galeano (publicado en La Jornada. México, 15 de abril de 2001. Aquí video del texto.).

martes, 15 de julio de 2014

¡Campeones!

Dibujo de Jorge García, que estaba en 5º de Primaria cuando lo hizo (curso 2001-2002)

No soy nada futbolera. Podría decir que el Mundial me da bastante igual, si no fuera porque, en realidad, me enfada que tanta gente dedique su entusiasmo y su energía, su dinero y su tiempo, a un deporte que, en muchos casos, ni siquiera practica o ha practicado nunca. Toda la parafernalia de colores, himnos, banderas, y el gran negocio que se levanta en torno al fútbol me parecen, como mínimo, una exageración (y, además, se me ocurren nombres de delitos y palabrotas). 
Claro que también me acuerdo de un partido que vi hace años, en riguroso directo, en un descampado de la ciudad de Méknes, en Marruecos. Era invierno, ya de noche, y unos 25 chavales de diferentes edades jugaban a fútbol con algo que parecía una pelota hecha de  trapos y cuerdas. No había postes señalando las porterías ni marcas en el suelo. El área de juego era todo el espacio que iluminaban un par de farolas. Lo recuerdo como una imagen onírica; un sueño del que desperté entendiendo por qué un balón puede rescatar a un niño y protegerlo de muchas cosas, incluso de tener una infancia infeliz.
Por eso y  por el hecho de en que en mi barrio viven muchos más argentinos que alemanes (la otra noche, con las ventanas abiertas, se oía todo), quiero hablar en este post de Los Peques, una emisión infantil -para niños a partir de 6 años- que desde hace tiempo difunde la televisión argentina. Los protagonistas son unos gnomos de la Patagonia (pronúnciese "ñomos") y los diálogos y situaciones que se plantean son muy graciosos. El programa se emite en forma de píldoras de pocos minutos y  transmite valores que tienen que ver con amar la naturaleza, disfrutar de la vida y no hacer un drama de nada. La calidad de imagen no es muy buena, pero os recomiendo que lo miréis (especialmente, dada la coyuntura,  este  episodio). Los Peques nos recuerdan que pasarlo bien y compartir con los demás, eso sí es hacer un partidazo. Lo de ganar o perder, ¡bueh!, son boludeces que mejor ni caso.

viernes, 11 de julio de 2014

Campamento de verano

"Camp d'été", ilustración de Élise Gravel

EL CAMPAMENTO DE LAS MARAVILLAS

Me voy al campamento de las Maravillas,
el que se encuentra junto al lago Paraíso,
al otro lado de la montaña de la Dicha,
allá lejos, en el valle del Optimismo.
Dicen que es verde y que siempre luce el sol,
que los ángeles lo hicieron en una noche
y que su lema es «Alegría y buen humor.»
Estoy seguro de que no hay quien lo soporte.



viernes, 4 de julio de 2014

En el Camino

Durante gran parte de este curso, he sido profesora en 1º de ESO, lo que me ha encantado porque los 12-13 años es una edad complicada pero muy interesante. En estos meses, me he reído, me he sorprendido y me he enfadado; casi todos los días ha habido ratos difíciles y otros memorables. Hoy, de hecho, quiero hablaros de una lectura que nos ha proporcionado, a partes iguales, buenos y malos momentos. Malos porque el libro no ha entusiasmado precisamente; y buenos porque hasta de una obra que no ha gustado demasiado hemos aprendido mucho. Me refiero a El herrero de la luna llena de María Isabel Molina .

El libro, como digo, ha gustado regular y yo creo que parte de este desinterés en la lectura se debe a que el argumento está muy al servicio de la voluntad didáctica: entretiene lo mínimo, la intriga es bastante convencional. Pero la autora ha situado la acción en el  Camino de Santiago y eso sí ha suscitado el interés de los alumnos. Todo el mundo sabe que hacer una larga travesía en un medio de transporte no motorizado es una aventura. No importa lo que pase: estás en el camino (en el Camino), con un equipaje mínimo, contemplando paisajes nuevos, a merced de las inclemencias del tiempo, bañándote en el río y durmiendo al raso si hace falta...
Sobre esa situación hipotética pero posible, empezamos a trabajar y aprendimos cómo se vestía y se viste hoy en día un peregrino (y de paso qué es una peregrinación, ya sea a Santiago o a La Meca -eso nos lo explicó Fátima-), qué conviene llevar en la mochila (calculando la carga que alguien de nuestro peso y estatura podría soportar para avanzar a buen ritmo y teniendo en cuenta cómo habría que organizarse en un grupo para transportar todo lo necesario -hubo muchas discusiones, y abucheos para los que propusieron llevar únicamente la tarjeta de crédito de sus padres en un lugar donde no hay cajeros-). Vimos fragmentos de un reportaje sobre las impresiones de unos viajeros actuales y Silvia trajo fotos y nos contó cómo es hacer el Camino en bici, a partir de los recuerdos de su padre. También vimos algunas escenas de The Way y Alex convenció a su profesor de repaso para que nos prestara su credencial y poder cotejar su compostela con la de la película (son exactamente iguales, salvo el nombre del titular, claro). Luego hicimos murales con el mapa del Camino destacando los lugares en los que a Yago de Lavalle, el protagonista, le ocurren aventuras en la novela y, en la presentación de su trabajo, Neus y Caterina nos mostraron un bastón de peregrino que les había traído su abuela de recuerdo de un viaje para ver la Catedral. Creo que, definitivamente, al final, sólo nos faltó ir a Roncesvalles y echar a andar (lo cual no descarto que pase algún día, aunque sea cada uno por su lado).

Cuento esto, en parte, para agradecer a mis alumnos el buen trabajo que hicieron y que fue más allá de mis expectativas. También para compartir, y que no se pierda por completo, la experiencia de aquellos viernes en que me enfadé (hubo gritos, a qué negarlo) y me reí (¡pero cómo te vas a llevar la Play al Camino, hombre!) y todos aprendimos de todos.
La verdad es que con los libros pasa lo mismo que con lo demás: no importa tanto que sean realmente buenos como lo que haces con ellos. Todo forma parte del camino (y del Camino).