viernes, 21 de noviembre de 2014

Terapias alternativas

 El mito te ayuda a poner tu mente en contacto con la experiencia de estar vivo. Te dice qué es estar vivo.Joseph Campbell 
Viñeta de Liniers

Hace unos días estuve enferma. No enfermísima, pero sí muy cansada, con dolores musculares y algo de fiebre. Para recuperarme, además de dormir mucho y tomar infusiones, estuve viendo El Hobbit, la película de Peter Jackson. Yo no soy una gran fan de Tolkien. No es que no me guste, pero no conozco su obra a la manera exhaustiva de los auténticos fans. No tengo ni nociones de la lengua élfica y si me enseñaran un mapa de la Tierra Media me orientaría malamente. Además, con El Señor de los Anillos (el libro) me pasó algo de lo que me avergüenzo un poco: unas Navidades lo empecé y llegué sin aliento más allá de la página 600, pero ahí me encallé y ya no hubo manera. Era un pasaje -todavía me acuerdo- interminable, en el que Frodo y Sam erraban con Smeagol por una ciénaga asquerosa y aquello parecía no tener fin. Así que lo dejé y estuve sin saber cómo se resolvía todo hasta que se estrenó la trilogía en los cines. O sea que no, no soy una incondicional del legendarium de Tolkien. Pero entiendo a la gente que sí lo es, porque yo también me lo paso bien viendo las películas de la saga de vez en cuando. Es una buena historia.

Creo que una de las razones por las que el relato de Tolkien se ha convertido en un clásico moderno es precisamente por la excelencia con la que el escritor inglés manejaba el ABC de los relatos épicos. El famoso “camino del héroe”, como lo denominó Joseph Campbell, no tenía secretos para JRRT y, si despojáramos su obra de esos elementos de contexto que la hacen tan atractiva para la mayoría (el paisaje singular, las distintas tribus con su genealogía perfectamente documentada, la magia...), seguiríamos teniendo un cuento (un cuento bastante largo) que funciona. 

Yo digo que ver El Hobbit formó parte de la medicina que curó mi pequeña gripe porque hay aspectos psicológicos que entran en juego cuando no te encuentras bien físicamente. Es un cambio respecto al estado habitual, es una aventura indeseada, y, como le pasa al protagonista de la historia, al principio te resistes a aceptarlo. Luego, cuando lo asumes y comprendes que te las ves con un enemigo feo como un orco, aparecen aliados y encuentras tesoros, el proceso avanza (más lento de lo que te gustaría, pero también con gratificaciones inesperadas -esos sueños tan vívidos de los estados febriles, esa experiencia de la vida en presente continuo-) y, si, como es el caso, se trata de un virus poco virulento (valga la redundancia), una mañana te despiertas sintiéndote bien, como renacida, dispuesta a poner orden en la casa y a hacer lo que haya que hacer con muchas más ganas.

Los protagonistas de los cuentos siempre libran batallas que no han elegido, gracias a las cuales crecen, maduran y cambian su mundo. De eso trata El Hobbit y de esto trata en muchas ocasiones la vida. Somos viajeros y el héroe que hay en nosotros necesita desafíos. Recordarlo le vino bien a mi parte Bilbo Bolsón, miedosa y comodona.

Viñeta de Liniers extraída de Bitácora de Vida
PD: No sugiero que El Silmarillion o Las aventuras de Tom Bombadil puedan curar; ni siquiera digo que un buen libro "es la mejor medicina". Sólo pienso que conocer la estructura del mito y "aplicarnos el cuento" nos puede ayudar a la hora de enfrentar un reto (por si hace falta aclararlo).  


1 comentario:

  1. Una novedad editorial sobre la obra de Tolkien que tiene buena pinta: http://www.loguezediciones.es/libro/ver_libro_coleccion?id=147

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