martes, 17 de noviembre de 2015

Girar

 
"A partir de Estambul, el señor Ibrahim habló menos. Se emocionaba.
Dentro de poco vamos a llegar al mar de donde yo soy.
Cada día quería que viajáramos un poco más despacio. Había que saborearlo todo. Tenía miedo, también.
¿Y dónde está ese mar de donde es usted, señor Ibrahim? Enséñemelo en el mapa.
¡Ay! No me atosigues con los mapas, Momó. ¡Aquí no estamos en el instituto!
Nos paramos en un pueblo de montaña.
Estoy feliz, Momó. Estás conmigo y sé lo que pone en mi Corán. Ahora te quiero llevar a bailar.
¿A bailar, señor Ibrahim?
— Ven, vamos al tekké.
¿Al qué?

—¡Vaya discoteca más rara! —exclamé al atravesar el umbral.
Un tekké no es una discoteca, es un monasterio. Momó, pon ahí los zapatos.
Y ahí fue donde vi, por primera vez, a hombres haciendo el giro derviche. Los derviches llevaban unas grandes túnicas pálidas, pesadas, amplias. Al resonar de un tambor, los monjes se convirtieron en peonzas.
 
— ¿Ves, Momó? Giran sobre sí mismos, giran en torno a su corazón, que es el lugar de la presencia de Dios. Es como una oración.
— ¿A eso le llama una oración usted?
— Pues claro, Momó. Pierden toda referencia terrenal, ese lastre al que llamamos equilibrio, y se convierten en unas antorchas que se consumen en un gran fuego. Pruébalo, Momó. Sígueme. 
 
Y el señor Ibrahim y yo nos pusimos a girar. 
 
Durante los primeros giros pensé: Soy feliz con el señor Ibrahim. Después, pensé: Ya no le tengo rencor a mi padre por haberse marchado. Al final, incluso llegué a pensar: Después de todo, mi madre no tenia mucho donde escoger cuando...
 
— ¿Qué tal, Momó, has sentido cosas bonitas?
— ¡Sí, era increíble! Me estaba vaciando de odio. Si los tambores no hubieran parado, quizá me habría ocupado del caso de mi madre. Ha molado mazo rezar así, señor Ibrahim, aunque habría preferido rezar con las zapatillas puestas. Cuanto más pesado se vuelve tu cuerpo, más ligera se vuelve la mente. 
 
A partir de ese día nos empezamos a parar con frecuencia para bailar en tekkés que conocía el señor Ibrahim. A veces él no giraba, se contentaba con tomarse un té y fruncir los ojos, pero yo giraba como un poseso. No, de hecho, giraba para estar un poco menos poseso de mi rabia (...). 
 
Y desde entonces, incluso hoy en día, cuando las cosas no van bien, hago el giro. Giro una mano hacia el cielo, y giro. Giro una mano hacia la tierra y giro. EI cielo gira por encima de mí. La tierra gira por debajo de mí. Yo ya no soy yo mismo sino uno de esos átomos que giran alrededor del vacío que es todo (...)".

Fragmento de Eric-Emmanuel Schmitt, El señor Ibrahim y las flores del Corán, Ediciones Obelisco, 2004 (3ª ed.). 

 
 

2 comentarios:

  1. Cuanto más pesado se vuelve tu cuerpo, más ligera se vuelve la mente.
    Y desde entonces, incluso hoy en día, cuando las cosas no van bien, hago el giro. Giro una mano hacia el cielo, y giro. Giro una mano hacia la tierra y giro. EI cielo gira por encima de mí. La tierra gira por debajo de mí. Yo ya no soy yo mismo sino uno de esos átomos que giran alrededor del vacío que es todo

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  2. Un cuento muy bonito. No le sobra ni le falta una palabra. Es divertido y profundo y trata sobre eso de lo que tanto se habla estos días: libertad, igualdad, fraternidad.

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